martes, 3 de julio de 2007

La alegría de vivir.

Las criaturitas se agruparon ansiosas a la vera de la brillante desembocadura. Esta noche era ocasión de fiesta, y la alegría se notaba entre retozos y alborotos, perdonándose entre sí torpezas, empujones y golpes que normalmente eran motivo de riña. Mamá los tenía limitados en ese lugar para divertirse, no fuera cuestión que cuando llegasen los manjares estos no pudiesen estarse atentos para servirse de lo bueno, lo mejor. Papá –que usualmente hacía viajes larguísimos para obtener lo que hoy llegaría gratis- sería el encargado de garantizar la disposición de los manjares para que todos creciesen fuertes, gordunos y rechonchotes como él, pues la alimentación es salud. La noche era hermosa y el ambiente olía espeso con anticipación, cómplice de la abundancia que dejaría a todos llenos y satisfechos. Aprendían así los pequeños a amar la vida pues los rituales de la fiesta los llenaban de todo tipo de emociones palpitantes que los hacían vivaces observadores y encantadores agradecidos de lo que viene por bien y no tan seguido. Mamá estrujaba con sus manillas su estómago que hinchado ya delataba las pequeñas compañías en formación -por lo que futuros chiquilines sabrían apreciar ya antes de nacer del deleite-. Papá acariciaba sus largos bigotes y con mirada adusta oteaba que ningún colado quisiese inmiscuirse en la fiesta, que siempre hay quienes quieren aprovechar la algarabía para perderse en el grupo y hacer su agosto sin más derecho que la audacia con amplitud de descaro.

En el mundo de las oportunidades escasas, “herejía” no sólo es concepto extraño sino ridículo. Se vive con intensidad lo que se tiene cuando se le puede arrebatar al destino, puesto que para el dolor siempre hay tiempo porque este llega sin invitación y sin fecha de vencimiento.

Por fin, las fanfarrias se hicieron oír bajo la forma idílica de innumerables cacofonías acuosas que iban creciendo en intensidad, como para aumentar el suspenso que dejaba a todos atónitos y petrificados por esta excelencia de agasajo. Sin más ceremonia entonces, finalmente, uno tras otro y con indisimulado estrépito se fueron presentando los menús, cada uno de formas variadas y caprichosas, haciendo honor a las intrincadísimas recetas que les dieron conformación, desparramando al aire en franca competencia todos los tufos que gritaban supremacía, reclamando cada uno para sí la mayor atención. La familia, excitadísima, no sabía por cual comenzar, pero no fue esta cuestión de larga meditación ya que estaba todo ya servido y al alcance. Todos se sentían servidos con lujo espléndido ya que los alimentos se les presentaban con displicente gracia y suavemente de un lugar a otro, acompañados por abundante bebida. La tenue luz nocturna agregaba intimidad al festín mientras resonaban melodiosos todos los cantos de la naturaleza –grillos por allí, algún búho por allá, discretos croares de sapillos por acullá-, enmarcando –tal vez envidiosos- este cuadro memorable de felicidad familiar.

Cuando las ratas terminaron de llenar sus pancitas con los hediondos soretes -que salieron despedidos del desagüe y flotaban en la zanja- ya plenas y felices volvieron chillando de alegría a las oscuras grietas que hacía de su hogar un sitio seguro. Papá cubría la retirada, clavando de vez en cuando su hocico al aire. Mamá sentía patadillas en su estómago. Ya en su pestilente madriguera, las ratitas miraban encandiladas a la luna escurrirse brillante a través del oscuro agujero de entrada. La vida era tan bella. Qué más se podía pedir.

2 comentarios:

Lunita dijo...

Hola attoooooooonnnnnnnn!!!!!!
Cómo le va? Pasaba a saludar nomàs. Yo me buà tomar mi tiempo para leerlo (o sea, el finde que viene, cuando haya rendido el final). Ahora, usté me podría mandar un post más corto?? uuuuuuuunoooooooo!!! : )

Atónn dijo...

Como no, como no lunita. Es que las palabras se me quedan cortas y temo -por escueto- faltar al entendimiento. Y no digo más, jejeje