viernes, 29 de junio de 2007

El monstruo de Dios.

Si uno nace monstruo, puede hacer dos cosas: o vive como monstruo y en honor a su monstruosidad se hace lo que los demás esperan de uno como tal, o se oculta para evitar que los otros lo obliguen a serlo.

Eckart supo que nació como monstruo cuando se descubrió sintiendo lo que a todas claras era “el mal”. Y no importaba que este viniese muy dulcemente arropado y con los mejores sentimientos: se sabe que el mal anda y se escabulle allí, a esos lugares del cuerpo que no pueden mencionarse en público y que encima sirven para cosas sucias.
Como Eckart descubrió la naturaleza funesta de su rareza ya siendo casi un púber, no podía de buenas a primeras echarse a vivir como un demonio y dejar su apacible y bucólica vida campesina atrás. Le tocaba entonces ocultarse. Al fin y al cabo, así, solo, como había llegado, tal vez se iría, como se va una pesadilla. Pero hete aquí que Eckart con el tiempo no dejaba de hacerse monstruo. Por ello y por tanto, Eckart aprendía día tras día a guardar su fealdad de todos. Tal vez no muy distinto a lo que sentían sus compañeros campesinos, pero no hay que olvidar que en su caso era mucho peor. Era un monstruo, mientras que los demás, a lo sumo, eran pecadores. Los demás al fin y al cabo algún día limpiarían las impurezas de sus pensamientos con el enjuague del casamiento, siguiendo el orden natural, que por ser natural no era monstruoso.

Claro que si uno nace en la colina de Bernkel no habla ni de lo natural ni de la naturaleza. Mucho menos describe ni su orden, ni su patrón. Uno habla de Dios y de la creación, pues desde allí y hasta allí llega todo conocimiento asequible y disponible. Y cualquier cosa que caiga en el lugar incorrecto, no es más que obra del demonio, que ya se sabe, siempre está allí para alterar el orden del creador. Así las cosas y aunque siendo Eckart un fiel y piadoso muchacho libre de todo mal de acción o de deseo, no bastaba, puesto que siendo monstruo había caído allí en el lado del mal y su misma naturaleza lo llevaría tarde o temprano al horror que todo monstruo comete cuando se muestra tal cual es.

Por eso se sabe que las abominaciones no pertenecen a este mundo. Y por ello, cuando se las descubre, causan horror y repugnancia, se las persigue y se las ajusticia, llegando hasta su triste y merecido final. Final que es conciliación del equilibrio perfecto, inmutable, eterno e inexplicable que es el mundo creado. Es su manera de volver las cosas a su cauce justo, porque no es deseo de nadie y jamás fue intención proferida de Dios que el aberrante exista. La muerte del monstruo no es muerte sino cura, por eso nadie al monstruo lamenta ni nadie del él compadece su dolor, ni en su vida ni en su final. Eckart por tanto sabía que si su naturaleza se daba a luz, no había otro remedio que la cura, pero aún así y con la cura su familia estaría manchada. Así que tampoco ese el camino era.

Eckart soñaba con la dulce infancia que acababa de abandonar, pues en ella su inocencia estaba protegida y su cuerpo no demandaba cosas que en los grandes son pulsión y pasión. Intentaba luego conservarse alejado de temas adultos que lo obligasen a pensar con mente de adulto. Si la niñez conserva pureza, una sociedad pura es infantil. Mientras Eckart no actuase tenía espacio de luz, pues se sabe que quien no ha obrado no ha pecado aunque deba sí, reconciliarse por su pensamiento, con Dios. Entonces, y como no hay manera de que alguien de al monstruo un trato que al monstruo sustente, este sólo es un alma oscura perdida en el bosque, que nadie puede ver ni perseguir. El sacramento purifica, como fue el bautismo al nacer, el matrimonio será, en su día –y con la ayuda de Dios- lo que purifique a Eckart y milagrosamente todo será como debe ser. Pero si no es así, aún más terrible será, puesto que talado el bosque, tal vez no le quede al monstruo otro lugar.

Otra manera de obligar al monstruo a doblegarse, a asfixiarlo, a estrujarlo hasta que desaparezca –pensaba Eckart- era dedicarse de lleno, completa y sinceramente a las tareas de Dios. Y eso significa –y todo el mundo lo toma como gran renuncia- dedicarse a ser cura, pastor de la religión. Pero como Eckart era un muchacho bueno que callaba para no mentir, no podría mentirle a Dios -único testigo de su monstruosidad- y dedicarse a servirlo siendo que ante él su condición era evidente. No, no podía ser correcto y sería aún mayor el espanto de su escándalo si –obligado por su confesión- debiese decir que finalmente que cosas impuras asaltaban su pasión.

Así es que Eckart se entiende como confinado a un final al que todos ya han asentido en silencio, y en silencio será, puesto que cualquier ruido podría molestar. Cuando llegó el momento impostergable, aquel que lo atormentaba con una pasión improferida volcándolo a desear un destino paralelo donde los yerros pudiesen vivir en paz y hasta ser aceptados por su pueblo, se le hizo insoportable. Su soledad acompañaba una dignidad guardada bajo 10 llaves en silencio, no había vida posible para él, siendo que su naturaleza misma le restaba las fuerzas para ser otra cosa más que lo que era. Cuando Eckart buscó su fin dejando anónimamente bajo las aguas del río todos los pecados que lo hacían hervir, nadie supo su historia, pues era historia que no era permitido saber ni contar. Y es que Eckart se unió sin saberlo al número incontable de victimas de de un mundo que ponía todos los nombres de la ignorancia en uno sólo, tan pesado, indiscutible y abrumador que su sola mención era sinónimo de verdad. Dios.

4 comentarios:

Lunita dijo...

muy bueno che...
me pregunto qué te disparó la idea del texto.
y pasa... a veces somos más parecidos a Eckart...

Atónn dijo...

Lunita, la idea me la disparó la Polonia actual que me recuerda mucho a la Alemania de antes. A veces cuando oprobio se une a la ignorancia causa que el silencio se una al suicidio. Es historia universal.

Lunita dijo...

muy buena conclusión :)
ahora... conoce personalmente la Polonia actual?

Atónn dijo...

Por suerte, no personalmente. Siempre he dicho que de mi bolsillo no saldrá dinero para turismo en países donde no se respeten los derechos humanos, al menos desde lo ideológico -que en la práctica son muy pocos-. Conozco de Polonia lo que me llega por las noticias, que no es poco, ni bueno.
¡Saludos Lunita!