domingo, 17 de junio de 2007

S.O.S. misantrópicas en la red.

Como si vivieran en una constante y dolorosa menstruación, como si jamás pudieran superar el rencor de ver pasar las horas que delatan la fecha de vencimiento de su belleza -socialmente impuesta y voluntariamente asumida-, como si odiasen llevar un registro de estupideces que empequeñece a los de su contrapartes de género, como si envidiasen que el descaro parezca tener disculpa patentada sólo para el otro sexo, las escritoras de literatura misantrópica -como grandes resentidas cérdicamente apoltronadas tras sus computadoras en la penumbra de sus cuartos llenos de bártulos de nena boba- pululan por la “blogósfera”, dando cátedra de cómo son de imperfectos muchos –que si no todos- de los hombres.
Aun pareciendo maníaco depresivas –trastorno bipolar le dicen ahora- parece no haber ni una de estas guerreras trasnochadas de la vida que al mismo tiempo paradójicamente no arremeta contra su propio género, casi como clamando por ser otra cosa. ¿Ser más “hombres” tal vez? No, pero parece que hay un dejo de envidia que no se verbaliza, por aquella sospecha de algún complejo mal resuelto de dominación. Y que no se mal interprete: desean a los hombres, se babean por ellos, se ratonean, se fascinan; o al menos eso se deduce de su extensísimo historial histérico, romántico o matrimonial. Como género serían –o deberían ser- las dueñas de la mitad del mundo, o al menos la mitad de occidente donde con toda justeza se les ha sacado gran parte del yugo que las oprimía. Aún así no han podido derribar la multipresente imagen publicitaria de la mujer bonita, joven, perfecta, atlética, en fin, casi imposible, que diariamente y en todo lugar les clava innumerables estiletes en cada una de sus humanas –y muy normales- formas y marcas femeninas; léase desde la celulitis –verdadera pandemia- a la gordura –a la que tienen predisposición genética por motivos maternales-, desde la normal flacidez de las carnes –la suavidad no viene sola- hasta las violáceas várices. Entonces por este y otros motivos de igual caladura de errores que ellas también potencian, vengativas parecen arremeter no ya contra el retrato imposible de la modelo que se les ha enseñado a emular desde la más tierna infancia –cuando antes de hablar ya las emperifollaban de nenitas lindas- sino contra el maldito género masculino que las obliga a estar en continua feria de exposición cárnica. Y atacan por donde pueden y a donde pueden. Así, dice el dicho y lo dice por popular y probada paciencia, a este tipo particular de mujeres “no hay poronga que les venga bien”. La mayoría de ellas horroriza con el prospecto de abandonarse paquidérmicamente a su destino de matronas amorfas y rasguña con demencia cuanto ensayo logístico caiga en sus manos para retrasar el proceso. Pero como la genética y el destino han forjado malvado contubernio, de poco sirve la extenuante y prolongada batalla: el espejo se vuelve un objeto enemigo del desnudo y amigo de la amargura.

Por supuesto que en cuestiones de gusto, en la vida hay alimento para todas las hambres, siendo así que ninguna de estas decadencias físicas deja a mujer sin su alegría si realmente lo desea y se lo propone. Pero hete aquí que estas minas resentidas han vivido sintiéndose en el pedestal equivocado, por lo que no han cogido ni la madurez ni mucho menos el gusto como para abrir las puertas a tipos que estén -al menos- en las mismas condiciones de natural deterioro. Así nacen frases estúpidas como “ya no hay hombres” –hay hombres, pero los que a vos te gustan no quieren embarrarse en tu chiquero, cerda- “hombres eran los de antes” –los de antes eran los que en el pasado te veían joven y aún apetecible- “los hombres son todos iguales” –en realidad vos sos la misma hija de puta o pelotuda con todos los tipos- “quiero un tipo exitoso” –un tipo exitoso se va a buscar terrible pendeja y no a vos, traumada del orto- “me gustan los tipos bien caballeros, de los que no hay” –aprendé a limpiarte los pañales sola, dejá de pensar que el mundo te debe algo por el mero hecho de tener una vulva peluda entre las patas- y otras frases misantrópicas por el estilo.
Por supuesto que su piedra filosofal, su carta de victoria, su as en la manga, su santo sanctorum por excelencia es el tamaño de la pija del tipo: como “siempre” va a haber un tipo que la tenga más larga, todo tipo es un chicito en potencia. Y todo intento de todo hombre por establecer algún rango de presunción es porque o la tiene chica, o es maricón. Y también es maricón todo hombre que no quiera verse obligado o casi forzado a empotrárselas, ya que el ego herido es insoportable en una mujer.

Seamos sinceros, el macho medio es un desastre sociológico, con la diferencia de que su trauma no es la belleza –como en las mujeres-, sino el dinero o el supuesto éxito que presunta. Los unos y las otras corren detrás de estos objetivos: si tienen la desgracia de tenerlos sin una cabeza acorde, la estupidez más absoluta los domina y creen que tienen el mundo a sus pies. El problema es que la vanidad herida tiene siempre el mismo final. La derrota.

1 comentario:

Algor dijo...

Impresionante amigo, realmente este es un reflejo fiel de la realidad de las mujeres modernas, gran parte de ellas se encuentran en esta situación, e irónicamente la libertad de la que gozan no les da la felicidad, mujeres muy exitosas esperando que el príncipe azul las alcance, teniendo ellas mismas exigencias inalcanzables e irreales. Me ha impresionado tu publicación, da gusto toparse con cosas así en la red , saludos y estaré al pendiente de tus publicaciones.